● SAMUEL EL HIJO DE LA ORACIÓN
Por:Edward Bounds
Jerónimo, uno de los padres romanos de la Iglesia, dejó de lado sus varios compromisos y se dedicó a cumplir el llamado de Dios; esto es, traducir las Sagradas Escrituras. Su congregación era más grande que muchas de las de nuestros días, pero él dijo a su gente: “Ahora es menester que las Escrituras sean traducidas; deben buscar ustedes otro ministro. Yo estoy comprometido en esta labor y no volveré hasta que la haya acabado”. Entonces se fue fuera de la ciudad y trabajó hasta que terminó la Vulgata Latina, la cual permanecerá en tanto el mundo permanezca. De modo que nosotros también debemos decir a nuestros amigos: “Debo alejarme para buscar a Dios y orar”. Y aunque no escribamos “vulgatas latinas”, nuestro trabajo tendrá carácter de inmortal. ¡Dad gloria a Dios! C.H.Spurgeon
Ya hemos estudiado cómo Samuel fue concebido y traído a este mundo por la oración importuna de su madre. Ana era una mujer de oración, cuyo corazón estaba lleno del deseo ferviente de tener un hijo. Su oración, al igual que aquella oración nocturna de Jacob, estuvo acompañada de un solemne voto: “… yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida” (1 S. 1:11). Y en respeto y cumplimiento a ese voto, esta madre puso a su hijo en contacto directo con el ministro del santuario y bajo la influencia de la casa de oración. No hay, pues, de qué asombrarse, cuando leemos que este niño se convirtió en un hombre de oración: un ambiente tal siempre contribuirá a fijar la imagen de una vida santa y consagrada en la mente infantil, moldeando a la vez su carácter y determinando su destino. Sí, Samuel estaba en un sitio favorable para oír a Dios cuando le hablara. Gracias a ello, resultó muy natural que, al oír el tercer llamado del Cielo y ser instruido por EHen cuanto a reconocer la voz de Dios, este niño respondiera tan prontamente: “Habla, porque tu siervo oye” (1 S. 3:10). Si hubiera nacido de una madre diferente y hubiese sido colocado en un medio distinto y con otras influencias, j posiblemente Samuel no hubiera demostrado tanta obediencia y sumisión, la cual le llevó a rendir toda su vida a Dios. Y es que una madre sin esa piedad y fidelidad y un hogar sin esa santidad nunca hubieran podido educar a un niño como Samuel… Si nacieran más niños de madres que oran, y fuesen criados en un ambiente santo y en contacto con la casa de Dios y con hombres y mujeres de oración, el resultado serían jóvenes dispuestos y preparados para oír el llamado divino y responder prontamente a él, consagrando sus vidas. ¿Deseamos tener hombres de oración en nuestras iglesias? Entonces, debemos tener madres que sepan orar, hogares donde la oración sea un ejercicio y una disciplina constante y ambientes que impregnen la mente de los niños en este santo ejercicio. Porque los líderes como Samuel vienen de madres y de hogares donde se consagra tiempo y se da importancia a la oración. Durante muchos años, Israel estuvo bajo el yugo de los filisteos y el arca en casa de Abinadab, cuyo hijo, Eleazar, fue señalado para mantener este sagrado testimonio de Dios. La gente había caído en idolatría y Samuel estaba perturbado a causa de la condición religiosa de la nación. El arca estaba ausente, y el pueblo daba sus espaldas a Dios. Por eso, haciendo un urgente llamado para que abandonaran sus ídolos, Samuel les exhortó a que se prepararan y dispusieran sus corazones para servir a Dios, prometiéndoles que Él les liberaría de manos de los filisteos. Su predicación ante el pueblo, aunque sencilla, les causó una profunda impresión y trajo frutos muy positivos: “Entonces los hijos de Israel quitaron a los Baales y a Astarot, y sirvieron sólo a Jehová” (1 S. 7:4). Pero esto no era suficiente: la oración debía ir acompañada de una reforma. De modo que Samuel, fiel a sus convicciones acerca de la oración, le dijo al pueblo: “Reunid a todo Israel en Mizpa, y yo oraré por vosotros a Jehová” (1 S. 7:5). Mientras Samuel estaba ofreciendo oración por estos malvados israelitas, los filisteos se acercaron en lucha contra la nación; pero el Señor intervino en el momenLos líderes como Samuel vienen de madres y de hogares donde se consagra tiempo y se da importancia a la oración. 530 Hombres de oración Samuel, el hijo de oración 531 El verdadero avivamiento debe comenzar en el hogar. to crítico y derrotó por completo a estos enemigos de Israel: “Y aconteció que mientras Samuel sacrificaba el holocausto, los filisteos llegaron para pelear con los hijos de Israel. Mas Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó y fueron vencidos delante de Israel” (1 S. 7:10). Afortunadamente, la nación contaba con un hombre que sabía cómo y cuándo orar y tener influencia sobre Dios. Pero la oración de Samuel no acabó aquí: él juzgó a Israel todos los días de su vida, y de año en año tuvo ocasión de ir en circuito a Bethel, Gilgal y Mizpa. Luego volvió a su hogar en Rama, donde residía, “y edificó allí un altar a Jehová”. He aquí un altar de sacrificio y a su vez de oración. Aunque éste era un lugar para el beneficio de la comunidad donde vivía, no debemos pasar por alto que también debió de haber sido un altar familiar, un sitio donde se ofrecía el sacrificio por el pecado y donde al mismo tiempo su casa se reunía para la adoración, la alabanza y la oración. Su hogar era, pues, un sitio diferente, donde el padre y la madre invocaban el Nombre del Señor, separando su casa de los hogares idólatras y mundanos que le rodeaban. He aquí un ejemplo de un verdadero hogar religioso. ¡Bendito aquel hogar que tiene un altar de oración, donde a diario se elevan acciones de gracias al Cielo y se reciben los favores y las misericordias de Dios! Pero además de ser un sumo sacerdote consagrado a la oración, un líder y un maestro, Samuel era un padre sabio. Y cualquiera que conozca y esté consciente de la situación moral y espiritual de nuestros días sabrá cuánta necesidad tenemos de padres y madres consagrados a la oración. De hecho, es por ausencia de ellos que comienza el decaimiento de la vida religiosa de la familia y luego de toda la comunidad. El verdadero avivamiento debe comenzar en el hogar. Siguiendo con la historia, ésta nos dice que la nación de Israel llegó a un punto de verdadera crisis: la gente deseaba un Reino con un rey humano, y no quería aceptar a Dios como su rey, como siempre antes lo había sido. Así que vinieron a Samuel con osadía y le dijeron: ” … constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 S. 8:5). Esto desagradó a este hombre de Dios, quien era celoso del Nombre y el honor de su Señor. ¿Quién no hubiese sido sorprendido y a su vez disgustado ante semejante petición? Sin embargo, el Señor vino a él con palabras reconfortantes, diciéndole que no habían rechazado a hombre, sino a Dios … “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 S. 8:7). No obstante, Dios debía mostrar de forma definitiva su disgusto por lo que el pueblo había solicitado, aun cuando hubiese accedido a su petición. Pues era necesario que aprendieran que el Señor todavía existía y que trataba con su pueblo de la manera que Él quería. Las oraciones de Samuel contribuyeron entonces para que una vez más se llevaran a cabo los propósitos de Dios. Samuel, pues, reunió a la gente y les advirtió acerca de lo que el Señor haría delante de sus ojos. Entonces invocó a Dios, quien en respuesta envió una tremenda tormenta de truenos y lluvia que aterró a todo el pueblo, y les hizo saber su gran pecado al pedir un rey humano. Tan asustados estaban todos, que llamaron a Samuel para que orara por ellos y les salvara de lo que parecía ser la destrucción total. Y Samuel oró y Dios le respondió, haciendo cesar los truenos y la lluvia. Otro incidente en la vida de Samuel, referente a la oración se relaciona con el rey Saúl. Éste tenía la orden de destruir a todos los amalecitas con todas sus posesiones. Pero Saúl, desobedeciendo las instrucciones divinas, perdonó la vida al rey Agag y también preservó lo mejor del ganado, argumentando que el pueblo así lo había querido. Dios dio entonces a Samuel el siguiente mensaje: “Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis Palabras” (1 S. 15:11). Y dice el mismo versículo que “se apesadumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche”. Una declaración tal era suficiente para producir honda pena en el alma de un hombre como Samuel, quien amaba a su nación y era sincero para con Dios -la tristeza del alma sobre los males que sufre la Iglesia siempre llevará a los hombres de Dios a caer sobre sus rodillas-: el asunto era demasiado serio para que no interviniese de inmediato la Debemos orar por los asuntos de gobierno de nuestras naciones. La Escritura nos ordena llevar a los líderes que rigen nuestros países delante de la presencia de la Providencia. Así se cometerían muchos menos errores e injusticias de parte de políticos, presidentes, reyes y gobernadores. 532 Hombres de oración Daniel, el cautivo que oraba 533 9 oración. Tan turbada estaba el alma de Samuel, que oró toda la noche por ello. No podía cerrar sus ojos indiferente y dejarlo pasar sin hablar con Dios sobre ello, pues todo el futuro y el bienestar de Israel estaba pendiente como de una cuerda floja. ¡Cuánto más no se entregaría ahora a la oración, cuando estaba a punto de producirse una total revolución en la forma de gobierno de un rey humano -no solicitado por Dios, sino por los hombres-, que se había interpuesto en la voluntad divina para complacer al ingrato pueblo de Israel! Debemos orar por los asuntos de gobierno de nuestras naciones. La Escritura nos ordena llevar a los líderes que rigen nuestros países delante de la presencia de la Providencia. Así se cometerían muchos menos errores e injusticias de parte de políticos, presidentes, reyes y gobernadores.